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Contra la resignación (III)


    
III. LA RESIGNACIÓN y EL MIEDO COMO ENEMIGOS

    Todo esto, claro, es más fácil de decir que de hacer. ¡Gran novedad¡ Pero ¿es indeseable? ¿es imposible? No lo creo. ¿Es utópico o ingenuo? Tal vez, pero ¿no son los sueños lo que cambia el mundo? El cambio debe empezar por cada uno de nosotros, pero antes debemos sacudirnos dos grandes enemigos: la resignación y el miedo.
     De los dos, la resignación es el más insidioso. Porque nos miramos en el espejo y reconocemos que no tenemos todas las respuestas, que aunque no nos convenzan los expertos, saben más que nososotros, que lo mismo es verdad que todo es complejo, está interconectado y resulta imposible tocar una pieza sin que el sistema se venga abajo.
    Nos dicen, por ejemplo, que los impuestos a los ricos (sucesiones y patrimonio) sólo generan desincentivos al ahorro, y por tanto a la inversión, y por tanto se cargan el crecimiento económico, y por tanto el empleo, y que al final la cagaremos y será peor para nosotros. Tal vez sea cierto (que no lo creo), pero entonces ¿debemos resignarnos a que los ricos no paguen impuestos? ¡Pues sí que estamos buenos! Si son tan expertos ¿no se les ocurrirá otra cosa?
También nos dicen que las empresas tienen que estar gestionadas por empresarios particulares (a los que tampoco se pueden cobrar muchos impuestos en los beneficios), porque es más eficiente, y eso genera más empleo, más crecimiento, etc., etc.. Y seguramente tienen razón pero, si hay tantos sectores y funciones importantes que están en manos del Estado (la Defensa o la Justicia, sin ir más lejos), muchas de ellas muy eficientes, o intervenidas muy directamente porque se consideran estratégicas (la energía, las telecomunicaciones), ¿por qué no un servicio tan básico como es la banca? ¿Estaban tan equivocados los franceses después de la Segunda Guerra Mundial, que nacionalizaron la banca? ¿Tan mal les fue? ¿Mucho peor de lo que nos ha ido a nosotros con Lehman-Brothers, sus bonos basura y sus swaps? Permíteme que lo dude.
    Otra cosa que nos dicen es que los medios de comunicación, para mantener su independencia, necesitan ser rentables, y por tanto grandes. El problema es que al hacerlo, empiezan a tener demasiados intereses en juego, se meten en sectores que nada tienen que ver con la comunicación, se vuelven locos con las audiencias y renuncian a las funciones de educación y crítica a los poderosos. Así se va a la mierda la independencia, así que ¿por qué no construir otros medios? Eso resulta muy barato en tiempos de internet ¿por qué no romper el monopolio de las grandes cadenas de televisión y radio, de los grandes productores de contenidos? ¿A quien beneficiaría eso? ¿A quién perjudicaría? ¿A la verdad y la información libre? Mira que me cuesta creerlo.
    En cuanto al sistema político, si tocamos la ley electoral, se nos dice, la cosa se puede ir al garete: si se tradujera en escaños el voto en blanco habría inestabilidad (yu-yu), si hacemos listas abiertas se primaría al político-espectáculo sobre la solidez del partido (yu-yu), si se hacen distritos unipersonales, más de lo mismo (yu-yu, yu-yu), si se hace una circunscripción electoral única para toda la nación se perdería la representatividad de partidos muy arraigados a escala local (requeteyu-yu)…Suma y sigue. El problema es ¿tan bien nos va con este sistema? ¿Tan malo es perder un poco de estabilidad a cambio de más representación? ¿Tan peligroso es que todos los votos valgan lo mismo? La respuesta, de nuevo, es no a todo. La primera pregunta que se hace un policía ante un crimen es qui prodest, ¿Quién se beneficia? Sabemos de sobra quien saca provecho de la ley electoral actual: los dos grandes partidos. Y sabemos que no nos gusta lo que están haciendo ¿Y si probamos otra cosa?
    Sabemos quien no quiere que probemos: los beneficiarios del actual estado de cosas. A ellos les va de cine tal y como estamos. Pero ¿y a nosotros, los ciudadanos?
    Para hacerse estas preguntas, y buscar respuestas (y son solo ejemplos) tenemos que sacudirnos la resignación y el miedo. Tenemos que creer que el cambio es posible, y que aunque no estemos seguros de a dónde puede ir a parar, tenemos una herramienta fundamental para promoverlos: la democracia que confiere poder de decisión a cada uno de nosotros, la movilización dentro de los cauces del respeto a la ley (hasta que la transformemos) y la protesta no violenta.
    La resignación y el miedo son dos enemigos terribles. Sacudírselos es, de nuevo, más fácil de decir que de hacer. Y si de verdad comienzan los cambios los que se benefician del actual estado de cosas empezarán a especular menos con la resignación y jugarán más a meternos miedo. Y tienen muchas armas para hacerlo. La pregunta es ¿debemos vivir resignados? ¿Debemos dejar que nos guíe el miedo? ¿queremos ser una sociedad de cobardes?

(CONTINUARÁ)
© foto: Santi Ochoa

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