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El hombre invisible


    Vistas desde fuera, las lagunas de un lector asistemático resultan tan clamorosas como inexplicables. Una de las mías es este tal Kafka con el que ahora trato de ponerme al día. Y al leer la vieja edición de Alianza, reflexiono sobre lo que debió suponer toparse con este texto de primeras allá por 1915.O en español en 1925 (aunque pasó con poca pena y menos gloria). El libro, que heredé con los otros mil primeros tomos de El libro de bolsillo, tiene cubierta de un entonces muy joven Daniel Gil, hermosa y limpia pero del todo infiel a los deseos de Kafka. La traducción me resultó un tanto antigua en su castellano, pero cuando quise averiguar quién fue su autor, resulta que no aparece su nombre en ninguna parte de esta hermosa edición. De nuevo, el traductor convertido en hombre (o mujer) invisible. Desde entonces, los desvelos y reivindicaciones de muchos traductores amantes y orgullosos de su oficio han conseguido que nos resulte inconcebible esta invisibilidad. Aunque muchos lectores, y demasiados críticos, aun siguen sin darse cuenta de que la prosa fluida, la adjetivación vibrante o la cadenciosa construcción de los periodos son, también, la obra de un traductor que debe aspirar a pasar inadvertido como un escolta en una visita oficial.
Esta versión de La metamorfosis sigue imprimiéndose sin el nombre del traductor, pues parece que no consta a ciencia cierta. Podría ser Margarita Nelken, o tal vez Jorge Luis Borges. O un anónimo traductor para la Revista de Occidente. Se perdieron los archivos de la editorial y tal vez la memoria.
    Un misterio digno de Gregor Samsa, si señor.
© ilustración: Daniel Gil

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