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Torrijas


     Para quien ha recibido una educación inerte religiosamente y culinariamente extravagante (entre afrancesada y moderna), la semana santa no tiene mucho de particular. Creo que solo he asistido de rebote a una procesión de encapuchados en toda mi vida, y desde luego en casa no se guardaban los ayunos de la cuaresma ni la Pascua. Así que durante muchos años me perdí una de las delicias de la fiesta: hablo de las torrijas, claro.
     Para mi gusto, las mejores son las de leche, bien empapadas de almíbar y cubiertas de canela. Las de vino, me dicen, tienen sus partidarios, pero dudo que me cuenten algún día entre ellos. Y de todas las torrijas del mundo, las mejores, con diferencia, son las que hace la madre de mi amigo J. Por circunstancias largas de explicar esta mujer había tomado la costumbre de hacerme llegar por estas fechas un tupper cargado de esas maravillas. Expresamente a mi nombre, aunque como solía coincidir con una excursión de amigos la remesa acababa siendo compartida: no había problema, siempre era lo bastante abundante y solía respetárseme la precedencia. Nadie las probaba hasta que yo asomaba.
     El caso, lo imaginarán a estas alturas, es que este año no han llegado las torrijas. No sé si por olvido, por desidia, o porque ya considera saldada la deuda que dio origen a la prenda anual de panes empapados y fritos. Deuda, debo decirlo, que nunca consideré que existiera, pero que tampoco me molesté en cancelar expresamente.
     Total, que aquí me tienen, compuesto y sin torrijas, dudando si debo serle infiel con el sucedáneo triste de las torrijas mercenarias de la pastelería o resignarme a vivir este año de recuerdos, confiando en que vuelvan los buenos tiempos para las próximas pascuas.
     Que yo sepa, J. no lee estas notas, así que no hay peligro que lo tome como una insinuación interesada.
     Claro que si cualquiera de los amigos comunes que sí las leen tuvieran la gentileza de hacerle llegar un recado... Sutilmente, claro.
     Se lo agradecería infinito.


© foto: Taras Bulba

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4 opinan

  • Je, je, je. A mí las torrijas siempre me parecieron muy pesadas, pero ,claro, no entran dentro de mi tradición dulcífera. Y aparte que no soy muy de dulces.

    Anonymous peke a las 7:53 p. m.       
  • a mí me ha gustado la sutileza del post

    Blogger manuel_h a las 12:11 a. m.       
  • Anda que... ¡Y luego dirán que las mujeres somos complicadas!

    ¿No será más fácil llamar a J., y de paso le saludas y preguntas si su madre está bien?

    Es posible que la mujer (que ya tendrá sus años, porque tus amigos ya han hecho la mili ¿eh?) haya dejado de enviarte sus torrijas porque esté pachucha.

    Este año en lugar de torrijas puedes comer polvorones y roscos de vino. Que tengo aquí un excedente de Navidad, que no sé qué hacer con él. :D

    Anonymous Nuala a las 5:11 a. m.       
  • Ya.
    Pero es que en materia de torrijas, me desnorto y me desorejo.
    O viceversa.
    :)

    Blogger MH a las 10:07 a. m.       

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