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Una partida de campo (y 4)




    Aquella noche, Amancio durmió en el cuartelillo del pueblo del enorme campanario. Xavi se quedó a esperar que lo soltaran, con el coche, y nosotros tiramos para Madrid, con el estómago vacío y la congoja en el cuerpo.

    Jaime el Seta se quedó a dormir con nosotros, así que a Jonás y a mi nos tocó compartir cama. La tortilla de patatas de la tía Mari nos supo a gloria; el Microbio se tomó ración extra, aunque no se le quitó la cara de abrumado en toda la noche. Ni siquiera el vaso de colacao con galletas pareció templarle.
    Después de una fantástica pelea de almohadas –es difícil de creer la diferencia que va de dos a tres— el Microbio por fin soltó lo que le venía reconcomiendo.

    -Oye, Manu, ¿tú crees que a la Madre la llevaron a la cárcel pro algo que yo dije?

    El Seta, con una carcajada descarada, le arreó un tremendo almohadazo.

    -- ¡Picoleto! Que además de bocazas eras un picoleto.
    -- ¡Picoleto! --repetí, mientras le enviaba otro viaje con el cojín.

    Así hasta que llegó la tía Mari, y nos encontró al Seta y a mi empuñando las almohadas con cara de culpables. Se llevó a Jonás, que lloraba, al salón, y a mi me prometió un castigo del que no me iba a librar.

    Desde entonces, cuando realmente quería picar al Microbio sólo tenía que chillarle –o susurrarle al oído-- : ¡Microbio picoleto!.

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