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Inventos

    No sé si a ustedes les pasa, pero yo, cuando estoy leyendo un libro y me acerco al final, tiendo a apresurar la lectura --ya de por si bastante acelerada-- para terminar cuanto antes. Incluso aunque la obra me esté gustando tanto que desearía que no se acabase (o que formara parte de una saga). Es una compulsión de la que apenas puedo hurtarme, y sospecho que esa precipitación me amarga los últimos compases del libro, robándome el deleite que sin duda ofrecen a un lector más sosegado.
      Y un buen final, como todo el mundo sabe, es clave.
       ilustración: Thomas Rowlandson, 1809              

   
     Así que he pergeñado una solución, de una sencillez tan pasmosa que sorprende que no se le haya ocurrido a nadie antes. Se trata de algo tan simple como añadir al final del volumen un número variable de pliegos, que pueden incluso figurar impresos, con pasajes escogidos amorosamente o de puro relleno. El propósito es que el lector no pueda deducir del mero adelgazamiento de las páginas que restan, dónde termina el relato. Así, avanzará con paso calmo y firme hacia ese estación término que --obviamente-- se señalizará oprtunamente con la  palabra FIN.

   ¿Entienden ahora por qué esto se llama Ideas Brillantes?

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