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Incompatibilidades

     Todos tenemos manías, formas de hacer las cosas que no tienen especial justificación, pero a las que otorgamos suficiente importancia como para atenernos a ellas. E incluso empeñarnos en que otros lo hagan. Y hasta enfadarnos con quien opta por vías alternativas.
    Les perdonaré el catálogo completo de mis manías. Incluso la versión de bolsillo. Voy a otra cosa.
    En la convivencia, algunas de estas manías pueden acabar revelándose dolorosamente incompatibles.
    Yo, por ejemplo, tengo la manía de no encender las luces cuando voy al baño por la noche.
     Mi hijo mayor, por su parte, tiene la puta manía de dejar tirado el monopatín por donde le sale de los cojones.


    Ya les digo, dolorosamente incompatibles.

© foto: Jaro Larnos

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Confesiones

Antes de que acabe el año, es buena fecha para algunas
confesiones:


a) Debo deciros que he falsificado la tarjeta de regulación de estacionamiento, para poder aparcar por la patilla.
b) Supongo que no es tan grave: al fin y al cabo, no tengo carnet de conducir.
c) Fumo a escondidas, incluso en el trabajo. Casi siempre de gorra.
d) Un día amé a una mujer que no me amó lo bastante, y eso me jodió también bastante.
e)  Me gusta poco viajar, y detesto el turismo.
f)  A veces hablo con los muertos. Bueno, con algunas muertas.
g)  Por cierto, EmeHache no existe: es una ficción.
h) Como alguno sospechaba, en realidad soy Teki, la taxista. Mejor
dicho, era.
i) Ahora  soy más conocida como Bo Peep, La chica con falda roja.




©   foto Betty Press:



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Regalos





Papá Noel se ha tirado el rollo y me ha traído:

*un ejemplar de la 10ª edición de La piel fría.
*un pijama.
*la máscara de Darth Vader (con modulador de voz).
*La Ópera de la Perra Gorda, de Kurt Weill y B.Brecht, cantada por Lotte Lenya.
*un SMS de una vieja amiga.
*una participación en una PlayStation2.





He colado uno de broma ¿Adivinan cuál?


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Navidades adultas



      De las Navidades me gusta casi todo. Me gustaban cuando era niño, aunque mis padres no eran especialmente devotos (¿se creerán que nunca me llevaron a la cabalgata de Reyes?). Guardo recuerdos especialmente cálidos de unas  en la casa familiar de Galicia, mi hermano y yo los mayores de los nietos, agasajados permanentemente por una tropa inagotable de tios y tías solteros. Después, me han gustado las cenas de nochebuena en familia y las nocheviejas a machete hasta ver  amanecer. Aún me gustan.
      Con mis hijos, he descubierto otra forma de vivirla, a su servicio, pero también muy divertida. Yo --nosotros-- sí les llevamos a las cabalgata.
      De las Navidades me gusta casi todo: la cena del curro, los polvorones, la carta a los Reyes, el arbol y los belenes, el mercadillo de la Plaza Mayor, la iluminación callejera, enviar y recibir felicitaciones, el vermú del 24, los regalos, pero sobre todo el reencuentro con la familia, o parte de ella. Esos tíos y tías ahora ya casados y con hijos mayores, a los que quise y quiero tanto (quizá porque sólo les veo en ocasiones festivas).
      Ahora bien, se lo advierto por si no les ha tocado aún. Uno no pasa a la madurez hasta que no le toca encargarse de dar la cena de nochebuena. De consumidor a proveedor. Ese es el gran salto.
      Y que no les engañen: de consumidores vivíamos mejor.


      Felices fiestas a todos-todas.


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Vocaciones



--Mamá, voy a ser misionero.
--Vaya.
--Sí. Para ir en misión especial a la Luna.
--Aah.
--A ver  a los Lunnis.



Vaya. Ya sabía yo que había que evangelizarlos.

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Fantasías literarias


    Con un clic seco como un disparo retiré la capucha. El peso de la estilográfica en mi mano invitaba a extremar el cuidado en la elección de las palabras. Un instante de duda antes de comenzar a desgranar --inspirado por un deseo que tu silencio apenas apaciguaba-- los sustantivos precisos,  los adjetivos restallantes, las metáforas locas que cada pliegue de tu cuerpo me iba dictando. El plumín se deslizaba dócil sobre la palma de tu mano izquierda, mullida y tersa, siguiendo el laberinto de renglones en que un quiromante había leido tu pasado y sobre los cuales deletreaba ahora mi presente: almohadillas de carne impregnadas de caricias olorosas y blandas que absorbían la tinta con el mismo ansia con que yo me perdía en los dulzores detu aroma. Un leve temblor acompañaba los trazos de mi caligrafía, que se resistía a apresurarse. Delicias de caricias de promesas de abrazos dactilares apocados y firmes y curiosos y lúcidos. Sobre las falanges cada uno de los cinco dedos  delineé por cinco veces tu nombre mayúsculo,  y coroné cada una de las yemas con un punto y seguido.
    Recorrí después tu brazo interminable, desde la muñeca hasta la axila, con tres largas frases que resumían todo lo que en ti habia hallado de fascinante: el gusto por la vida, la tristeza antigua que se resistía a aflorar, la luz que brotaba de tus ojos, la carnalidad que resonaba en tus suspiros, el tsunami desatado de tus carcajadas. En el hoyuelo de la clavícula inscribí la palabra beso. Una ristra de adjetivos engarzados resumía alrededor de tu cuello las virtudes que me obligaban a quererte como si ello fuera posible. Esmeré la letra para anotar sobre tu pecho los detalles de nuestro primer encuentro, el rojo cristalino de aquel  añejo, el brillo de escama de pez de tus pendientes, el temblor de tus labios acompasado con el de mis piernas, el ansia de la cercanía, el abrazo que anunció un ciento.
    Adorné con una tilde larga tu pezón para escribir --precisamente-- pezón. Dos lemas --Eficacia y Eficiencia-- quedaron anotados bajo el arco de cada uno de tus pechos. Aún me dio tiempo para redactar un breve manifiesto sobre tu vientre, donde quedaban solemnemente atestiguados los motivos de nuestros desencuentros gozosos y mis dudas razonables. Para entonces ya hacia tiempo que el trazo se iba tornando turbio y apresurado, como el temblor con que tú puntuabas cada nuevo sílaba.
    Decidí entonces reservar algún espacio para detalles sin importancia, y retomé la escritura sobre la piel áspera de tu pies, primero el izquierdo, donde fui grabando los nombres de todos los lugares a donde querría acompañarte, algunos versos sueltos de canciones y hasta una receta para hacer a cuatro manos sobre dos fogones. En tu muslo derecho me permití relatar la historia de la  paloma y el soldado de plomo.
    Por fin, me detuve a echar una ojeada al resultado antes de garabatear, coronando tu pubis: "Aquí, con tu permiso, quiero quedarme".

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La frase del mes












Tenemos los pies en el subsuelo.


José Muñoz (Cornellà)

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Metáforas

Moris

   Me recuerdo con dieciséis años,  acurrucado en un rincón, mientras los demás bailaban y Moris cantaba Zapatos de gamuza azul sobre la tarima del salón de actos del Ateneo de la Prospe, contando:
"Uno, dos tres, cuatro....Si antes de doscientos no viene nadie a preguntar qué me pasa, me las piro".
    Llegaba  a doscientos. Cincuenta más.
"Uno, dos tres, cuatro...."
   Normalmente, no venía nadie. Así que me sacudía la ropa, y me acercaba al grupo a despedirme.
   Me recuerdo haciendo lo mismo muchas veces, en muchos sitios, en los años de mi adolescencia.
   Rara vez se acercaba alguien a preguntar. Pero, si lo hacían, la respuesta era siempre la misma:
   "No es nada."
   Pero la jornada estaba salvada.


   Hacía años que no me acordaba de eso, pero,si lo pienso, se me antoja que hay mucho de metáfora de mi vida en esos recuentos.


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Óscar Grillo





Oscar envía por e-mail diariamente a un grupo de amigos dibujos realizados con notable creatividad y destreza. Habitualmente agrega a esa imagen, un muy breve comentario y música que se escucha "clickeando" sobre el enlace destacado en el nombre del tema.





No tengo nada que añadir: salvo que no se lo pierdan.



©   dibujo: Oscar Grillo    

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Laberinto



Si te enfrentaras a un laberinto real, es decir a una construcción, tendrías como primera impresión un muro, puesto que el laberinto no puede ser contemplado en su totalidad desde su base; lo quehace a un laberinto es el muro que delimita lo externo de lo interno.
Un laberinto invita a estar dentro.
El laberinto no es tal si se está afuera; la acción se da dentro.

 El laberinto invita al movimiento, a su descubrimiento, a su conocimiento,
 a su recorrido. Un recorrido que implica un transcurso de tiempo y espacio,
 El placer de un laberinto  está en el viaje que hacemos de él.


El laberinto no es solamente el centro sino el todo.



©   foto: Yann Arthus-Bertrand                


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Adverbios







Bruscamente es un adverbio de (mal) modo.
Lejos es un adverbio de (otro) lugar.
Siempre es un adverbio de (demasiado) tiempo.










Contrastes



Curioso.

En el 68, los coches servían de barricadas.
En 2005, de antorchas.






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Ideas pedantes

     
      Estuve viendo la última de Woody Allen. Me encantó la intensidad de una historia con un par de giros sorprendentes,  la aparente sencillez con que evoluciona, la reflexión sobre el azar  y el lujo  de la ambientación. Digan lo que digan, no le sobra ni un minuto.
      Con todo, no pude evitar que se me escaparan algunas reflexiones pedantes. Cada uno  --decía mi abuela-- como lo que es.

     La peli nos enseña que:
a)  hay gente que se empeña en reirse con Woody Allen, aunque lo que ve no tenga ni puta gracia;
b)  el tenis es un deporte de contacto (al menos para algunos);
b)  a Raskolnikov le hubiera ido mucho mejor  si hubiera empezado las cosas por el principio;
c)  Allen deja caer como al pasar las ideas con las que otros escriben un libro;
d)  la policía inglesa usa navaja; la navaja de Occam, para ser más exacto.


Ah. Si no la han visto, ni se les ocurra pasarse por donde Trapo, que se la destripa.

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Geopolítica (5)











Debajo de las cenizas

tampoco esá la playa.