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Entierro



Hoy hemos enterrado a J. Nos hemos reunido mucha gente, viejos amigos suyos de los tiempos de la facultad, de sus trabajos, del barrio, parientes, claro. M. agarró el primer avión desde Honduras para estar aquí. A eso le llamo yo dejar huella.
  Esta maldita memoria mía me impide recordar con precisión cuál fue la última vez que nos vimos las caras. Supongo que sería en alguna despedida de los Amigos, una de aquellas. Lo que no se me borra, en cambio, es esa media sonrisa suya, tan afable, su voz cálida y grave y su manera extraña de agarrar el cigarrillo, de no fumador o de alguien que se incorporó tarde al pitillo.
   El viento cesó de soplar en el momento en que la caja descendía a la sepultura. Luego, ese crujido tremendo de la tierra húmeda raspando la madera del féretro. Una. Dos. Tres paletadas, hasta que la capa de tierra creció para amortiguar los golpes. Luego volvió el viento, y no hubo más sonidos que esos. Yo miré hacia el suelo, y vi unas hormigas buscando desorientadas su camino entre un bosque de pies.
  Hice un nuevo esfuerzo por recordar la última vez que le vi. No pude.

  Desde luego, no era suyo ese rostro de papel que vi desde el cristal de la pecera. Ese no era él.



(Esto lo escribí hace unos meses, pero hasta ahora no me
animé a colgarlo)



©   foto: Bruno Stevens


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