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Más impuestos

      La finalidad redistributiva de la fiscalidad se aplica también al equilibrio entre los distintos territorios. Por eso, y a riesgo de quedarme de sopetón sin comentarios, me gustaría resaltar que la propuesta de Maragall para la financiación autonómica es una bomba que plantea hacer saltar por los aires el Estado de las Autonomías. Por muchas razones  --entre otras, porque no apela a cuestiones identitarias, sino a la raíz material del poder político-- es bastante más radical que el difunto plan Ibarretxe. Tanto que hay razones para sospechar que fueran altas instancias del PSOE o el Gobierno --no necesariamente lo mismo-- las que lo filtraron a El País, con pelos y señales, el día antes de su presentación oficial.

     Y que conste que no me parece mal que se revise la organización territorial de España. Es más, parece que va siendo hora, y además creo que convendría replantearse si la fórmula del café para todos no es una fuente permanente de conflicto con nacionalismos que reivindican precisamente su singularidad

    Ah, y por supuesto el asunto no recibió de entrada la menor atención en los telediarios. En el que vi yo el jueves, sin ir más lejos, ni se hablaba de ello. Da miedo pensar cómo van a presentar un tema tan técnico (pero tan político) los comentaristas habituales de noticias. Así que, si quieren estar informados, háganme caso: este asunto es muy serio, y habrá que leerse la letra pequeña.

Impuestos

     El viejo mantra marxista establecía que  la sociedad ideal se regiría por la regla de oro redistributiva:

De cada cual según su capacidad; a cada cual segun sus necesidades.

    Se me ocurre que lo más cerca que hemos estado de esa fórmula no han sido los experimentos sin gaseosa del leninismo, sino la fiscalidad progresiva de la socialdemocracia. Por eso entiendo que lo hagan los tirios de siempre, pero se me llevan los demonios cada vez que veo a troyanos anunciando rebajas de impuestos al mejor postor.


Cangrejos

fiddler crab

      Hay unos cangrejos violinistas que supongo que no existen en vuestro país. Lo que tienen de especial es que desarrollan una pinza grande, sólo una: la otra conserva su tamaño normal. Y como esa pinza grande es un auténtico manjar, los cangrejeros la arrancan y tiran el resto del cangrejo al agua. ¿Y sabes lo que hace el cangrejo? Empieza a regenerar la pinza perdida. Es lo que dice la gente, así que supongo que es cierto. Se diría que el cangrejo debería quedar traumatizado, hundirse en el agua y morirse. Qué va. Vuelven otra vez, como si nunca les hubiesen arrancado la pinza.
      Como dice mi amiga Marcelle: ¿no te recuerda algo?


Julian Barnes(1992) Amor, etcétera, Anagrama

Requisitos

    Me resultan llamativamente discriminatorios esos anuncios que piden personal de AMBOS SEXOS para los más diversos empleos. Uno pensaría que el mercado de trabajo para transexuales y hermafroditas --los únicos que  cumplen cabalmente tal requisito-- sería francamente estrecho (espectáculos, bares de ambiente, banca personal, etc.). Así que supongo que, dada la escasa oferta de mano de obra con esta  cualificación, la reiteración de tales avisos obedece a la dificultad de encontrar candidatos para cubrir las vacantes. Salvo que lo que requieran es personal de CUALQUIER SEXO, lo cual, sin duda, abunda muchísimo más.


Contra-adicción

Hay quien sólo se siente vivo jugándose las pestañas (las propias y las de los suyos) sobre una mesa de Chemin de fer o, más doméstico, un tablero de parchís. Muchos se declaran incapaces dejar de fumar, y lo demuestran dejándose amputar las piernas --claudicación intermitente, lo llaman-- antes que abandonar el pito. Dicen incluso que existen adictos al trabajo, aunque , a decir verdad, yo nunca conocí ninguno. Al menos no en la Administración.
Yo he confirmado recientemente algo que sospechaba hace un tiempo. Me he enganchado a Internet. A causa de las bitácoras. Estoy seguro.

La pregunta es ¿y ahora qué hago?

Contradicción

Hay algo pausadamente contradictorio en practicar la introspección en público.



Demasías

Para alguien como yo, apegado a la precisión cuantitativa, la fórmula "demasiadas mujeres" resulta en exceso vaga.
Para la mía, nada amiga de números, la cosa en cambio es sencilla: demasiadas es siempre más de una.


Flaquezas

Durante muchos años, quienes me querían bien y conocían mi historial de relaciones, me diagnosticaron un estomacal miedo al compromiso. Probablemente estaban en lo cierto.
En su momento, sin embargo, no dudé en comprometerme hasta las --digamos-- medias cachas. Con ello quiero decir que la hipoteca era a tipo fijo, pero los niños no incluían claúsula de subrogación. Así que probablemente no fuera tan cierto.
Ahora la cosa me parece algo más simple. Simplemente, me gustan demasiado demasiadas mujeres.

Envejecer

Hubiera sido una de esas viejitas estupendas. Tenía todas la virtudes para ello -- entusiasmo, generosidad, valentía, bondad, humor-- y algunas de esos rasgos que se exacerban con los años y que las mujeres mayores se permiten desplegar en todo su rigor: un gusto excéntrico para el vestir, un acendrado sentido de la justicia y una mala leche verbal que la hacían temible.
Sí, hubiera sido una viejita cojonuda..., mi madre.
Pero la muy cabrona se murió antes de que pudiera disfrutarla.

Atractivos

     Algunas de las que me visitan parecen pensar que no sé que para los gustos se hicieron los colores, y que en materia de atractivos no hay reglas fijas. Cierto (cierto que es así, no que yo no lo sepa). También es cierto que existen cánones de belleza  más difundidos que otros, y probablemente también que los hombres somos más convencionales en nuestros gustos  --no sé si me explico-- que las mujeres. Vale.
      A mí, por ejemplo, me resulta tremendamente sexy esta Maria que últimamente sale en la prensa. Sin embargo, cuando el otro día el telediario anunció  una lista de las 100 mujeres más atractivas (sexiest) del mundo, con amplia participación de votantes, pude adivinar la primera  sin equivocarme porque es la misma que encabeza mi lista (aunque en dura pugna con ella).
    También sé que nadie, ni siquiera un cuarentón ocurrente como yo, carece del todo  de atractivo físico. Es más, yo sé que tengo los míos --pero no el culo, os pongáis como os pongáis-- y puedo desplegarlos cuando llega el caso. También sé que no son los mismos de Brad Pitt (por poner un caso) o Sean Connery (por poner otro, más cercano  a mi edad);  es decir, que son muy inferiores.  Todo eso lo sé, y puedo vivir con ello. No problemo, que decía Arnold.
    Hasta aquí las obviedades. Lo que no debe resultar tan obvio --a juzgar por algunos comentarios--  es que estos textos últimos  no nacen de la necesidad de ser reconfortado ( en público o en privado), sino tan sólo del deseo de mirarme un poco el ombligo --con pelusas y todo--, y compartir esas vistas. Un ejercicio narcisista, lo confieso, y rayano a veces con la autocompasión, lo asumo. Pero para mi es sobre todo una forma de mostrarme sin tantos velos ante esta pequeña pero cálida tertulia de amigos que hemos ido formando.

  Ya lo he dicho. El día que os canséis del rollo, por favor, no dejéis de decírmelo.
  Ahora, llamadme rabudo. Creo que ya entendí lo que era.

Culo

Durante años, estuve persuadido de tener un culo prieto y resultón, de esos que gustan a las chicas. Hasta que un día se me ocurrió mencionarlo de pasada a una amiga. La carcajada brotó tan brutal y espontánea que no podía ser hiriente:

-- Pero si tú nunca has tenido culo ¿Por qué crees que se te caen los pantalones?

Y es que el que no ve, es como el que no sabe. Pero creedme, yo era más feliz cuando no sabía. Con mi culito prieto.



Ojos

A menudo en estos días, me despierto con los ojos llorosos.
Salgo de casa, camino, tomo el metro y noto que otras miradas se detienen en mis cuencas húmedas.

Va a ser alergia, porque cuando es sólo tristeza no pican tanto.