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Inconfesables





Durante años he tenido que esconderme de mis amigos cinéfilos para ver las pelis que realmente me gustan. No son iraníes, ni sientes soplar el viento entre los olivos, ni retratan amargas soledades en espacios de cielos infinitos, ni hablan de la relación entre un hombre (o un arbol, para el caso) y sus raíces. Desde luego, en mis pelis favoritas no suelen correr letritas por el fondo de la pantalla: me distraerían de los ojos a la prota. No llevan la etiqueta de independientes ni les han dado premios en Cannes. No salen cantantes danesas soltando agudos en un tren lleno de leñadores. Ni se rinden homenajes a películas en blanco y negro que sólo han visto cuatro. Sus directores no tienen apellidos impronunciables, pero ¿a quién le preocupan saber otros nombres que los de los personajes (y los actores)? Nadie se fija en si la fotografía es o no preciosa: basta que lo sea la historia que cuentan.
A decir verdad, tengo un gusto poco selectivo. Me encantan cosas muy distintas. Pero lo más inconfesable, lo que provoca el estupor de mis amigos cinéfilos --"Estás de coña, MH"-- es mi afición por las llamadas comedias románticas. No las que llaman así los críticos, no. Las más comerciales, purito Hollywood.
Ya sabéis, esas pelis donde un tipo exitoso va comiéndose la vida sin darse cuenta de que le falta algo hasta que , ¡zas!, se tropieza con una atribulada, pero bellisima y feliz, camarera de hotel. Él no puede apartar los ojos de su sonrisa (o de su trasero, en el caso que nos ocupa), y aunque se resiste, acaba encontrando el sentido de la vida sencilla y el amor verdadero. Al revés, a veces es ella la que está forrada y se fija en un patán de sonrisa balbuceante. O esas otras donde un niño escribe a la radio buscándole novia a su padre viudo. Dos pelis más tarde esa misma chica es dueña de una librería de barrio y el mismo tipo quiere comprarla para una cadena. También ejecutivo es el que contrata una puta que le enseña que en realidad es él quien lleva años prostituyéndose. La de la chica que se enamora del novio de su mejor amiga, del hermano de su novio, directamente de su mejor amigo, de la amiga de su hija, del ejército invasor, de la vecina de la veterinaria, de una princesa que resulta no ser lo que parece. Yo qué sé: amores imposibles, sentimientos soterrados que entran en erupción, personajes que tratan de alejarse de lo que en verdad quieren. Todo ello aderezado con música de violines, una primera cita con paseo al borde de un río --¿por qué las ciudades norteamericanas tendrán todas río y skyline?--, varios malosentendidos y una pasión que se traduce en miradas y sonrisas. Los encuentros tórridos, si los hay, se producen fuera de plano.

Bueno, y si sale Sandra Bullock, ya te cagas.


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