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Escribir










    Escribir es la forma que tenemos los pesados de soltar nuestros rollos, monopolizar la conversación y reservarnos la última palabra.



    Creo que alguno de los que me leen ya empieza a sospechar lo pesado que puedo resultar en persona .




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Ayuda de cámara

Che


Ernesto Che Guevara, en uniforme de campaña, solo en la ciudad universitaria de Madrid, con pinta de andar perdido. Al fondo, el arco llamado del Triunfo, y un autobús imperial, de dos pisos, camino de Moncloa. La tomó Cesar Lucas en 1959.

   Esta foto me fascina, aunque no dí con el por qué  hasta que hace no mucho volví a verla en El Alambique, un bar de la calle Fúcar. La razón, ahora lo tengo claro, es que nos muestra a un gran hombre en un momento  carente de grandeza. Como contemplar  a Ghandi haciendo un examen de trigonometría; a Churchill fregando los cacharros, o a Marie Curie cumplimentando la declaración de la renta.

  Un viejo dicho sentencia que no hay hombre grande para su ayuda de cámara. A alguno no les gustó la frase y apostilló que era porque sólo los grandes son capaces de reconocer la grandeza, que se escapa a la mirada mezquina del criado.

  La cámara, dicen, no miente, y la foto de Lucas refleja, sin duda, la mirada del ayuda de cámara.

 








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Jóvenes amistades




     Cuando uno dice que tiene una vieja amiga, ese adjetivo califica a la amistad, no a la persona. Así que supongo que debería hablar de ella  como una joven amiga, sin que deba suponerse por ello que aún está por cumplir los veinticinco.

     Confío en que no se ofenderá nadie si les digo que no creo en las amistades por internet. Al menos nadie que le haya plantado ya cara a alguna de las dos o tres cosas malas de la vida. Una vez ligué en un chat, y no fue mal la cosa. Tampoco muy bien.
     Sé igualmente  que  entre quienes dejan comentarios a estas  ocurrencias mías hay un puñado de personas estupendas. Con las que me río. De las que admiro muchas cosas  -- la bondad, el ingenio, el saber, la elegancia, la alegría, la calidez o esa variante extraña de la sinceridad que corre por esto mondo-blog. De las que podría llegar a ser amigo, seguro. Lo sé porque  leo lo que escriben. Y entre aquellos que no chistan hay también, me lo canta al oido mi intuición masculina, otro pequeño puñado de grandes personas humanas. Igual que entre aquellos a quienes leo y a veces les digo algo. Pero, como lo siento lo digo, no los considero amigos.

   Con ella es distinto.

   
Sé que ha estado muy ocupada, pero también que un día de estos va a volver a pasarse por aquí. Así que he pensado darle la bienvenida con algunos regalos que creo que le gustarán: el chocolate que ilustra estas líneas, un combinado de ron, un libro que le tenía prometido y una canción. De Eva Cassidy, claro.





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Preposiciones indecentes

Hay varias.

Está "contra".
Para mi gusto, "bajo".
"Sin" no es muy decente que digamos.
Desde luego, "sobre".

Pero lo que es de escándalo..."cabe". "¿Cabe?"

Pero ¿de qué cojones estamos hablando?

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Hernández y Fernández (I)









HerFer

Hernández:
Demasiados libros y demasiado poco tiempo.
Fernández:  Aún diría más. Demasiados  hombres y demasiado poco tiempo.

Esposa de Hernández: Yo aún diría más. Demasiados libros y demasiados pocos hombres.

Esposa de Fernández:
Y tanto.

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Barcelona










Al fondo la catedral

 Me encanta esta ciudad.
Otro día os cuento por qué   (la foto es mía, virada a negro).


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Tolerancia

cuartos?
Ya sé que hoy tocaba hablar de fútbol, pero  tiempo habrá. A cambio, memeteré en otro de los tres charcos que  los manuales de urbanidad vetan  como tema de conversación en sociedad: la religión.

    No soy muy partidario del vocablo tolerancia, aunque se va imponiendo. No significa exactamente lo contrario que su contrario, la intolerancia, y encierra un no se qué condescendiente hacia el "tolerado". Me cuadra mejor hablar de respeto. Pero esto, como tantas otras cosas, son manías de uno y hay que plegarse a los usos comunes, porque al final la del lenguaje es una de las mejores  democracias que nos quedan. Mal que les pese a algunos academicos pedorros  y periodistas pedantes .



    El sábado, en  Informe Semanal, escuché a un portavoz-pez gordo o lo que sea de la CONCAPA -- el brazo no consagrado de la enseñanza clerical en España-- pidiendo presencia de la religión en la escuela (y defendiendo de paso la Ley Castillo),  como corolario lógico de su peso en la sociedad. Pero donde se le vio el plumero a este predicador de la tolerancia hacia el hecho religioso fue al pretender incluir --ecuménicamente-- a otras confesiones en el paquete. Para todos los hombres de fe. Todos, dijo, "sean tibetanos, mahometanos o católicos". Literalmente.



  Con estas orejas que se ha de comer la tierra, lo oí. Si no me creen, alguien debe tenerlo grabado.
  Lo mismo tienen que leerlo dos veces para encontrar el gazapo.
   A mí casi se me pasa cuando lo oí.
   Y estos son los que claman por el respeto a la religión.
   Me van a perdonar un exabrupto muy trillado, pero es que  ¡manda huevos!.


Por cierto, ¿sabrán estos pavos que Dios en persona tiene una bitácora, y no le tenemos precisamente contento?

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Palabras cruzadas

Los crucigramas, una de las muchas artes liberales que dominaba mi abuelo Antonio, junto con el ajedrez y la excarcelación de bígaros, reciben en inglés el nombre de crosswords, palabras cruzadas.

   A mí, más que las palabras que cruza Tarkus, me gustan las que la vida cruza por su cuenta, en una inesperada combinación de azar y perspicacia. Me encanta descubrirlas en la bocas de la gente o agazapadas bajo la máscara de una errata. Tienen estos cruces una poderosa capacidad para traspasar la epidermis de lo real.
   He aquí algunas de mis favoritas:
antena diabólica
el alférez de la ventana
velocidad asistida
a pasos agitanados









Poema Visual. Crucigrama. Joan Brossa

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Tipos (de) tímidos












Rostros
© foto: Gorka Lejarcegi

  Aun no he conocido a nadie que no se declare tímido.

Yo mismo soy un tipo tímido. Si preguntáis a mis amigos y conocidos, os dirán que M. es un extrovertido, una persona afable y charlatana, confianzudo incluso, que  tiene cierta mano para las relaciones personales. Sin embargo, soy incapaz de abordar a una desconocida, y no digamos ya ligar con ella; la sola idea de entrar a una tienda sin intención de comprar me produce malestar. Lo paso fatal en esas fiestas donde la gente  se conoce y uno queda al margen de todos los chistes y  guiños. Cuando viajo sólo, puedo pasarme días sin hablar con nadie, si no encuentro la excusa que me permita trabar conversación. En los actos multitudinarios, me refugio en la última fila, sólo o en compañia de un amigo. Rehuyo los corrillos en los cócteles. Si por azar me toca subir al estrado, procuro bajar a toda prisa (a riesgo de despeñarme por las escaleras). Me encantaría acercarme a las personas que admiro (García Márquez, por ejemplo), incluso en situaciones propicias   --un encuentro con conocidos,  cuando firman en la Feria del Libro--,  pero  algo superior a mis fuerzas me lo impide.


  Supongo que hay distintos tipos de timidez. La mía es la del primer paso: la de romper el hielo.

 ¿De qué clase es la tuya?

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Los tiempos del cólera





"Los hombres sabios siempre creen que lo que logran no es mérito suyo". Así arranca la nota necrológica dedicada a Ricardo García Gil, el famacéutico de Épila que frenó una epidemia de cólera en la provincia de Zaragoza en 1971. Historias del siglo pasado, dirán algunos, pero en esas fechas cumplía yo nueve años, y tengo un recuerdo vago pero nítido de aquel verano. Mi madre hirviendo el agua del grifo y añadiendo unas gotas de lejía  --dos por litro-- , la inquietud que recogían los periódicos.

    Hay que recordar en esta España rica lo que eran nuestros pueblos --poblados de borricos, huérfanos de redes sanitarias y hasta de empedrado, con hospitales lejanos. A los que regresaban en verano los  emigrantes a Alemania,  que exponían en sus casa las maravillas --transistores, batidoras, tupperwares o bolis de cuatro colores-- con que obsequiaban a los que se habían quedado atrás. Las mismas maravillas que hoy viajan bajo los toldos de plástico azul de los magrebíes que cruzan la península de punta a cabo.



Cristina García Rodero


Cristina García Rodero   Septiembre,  Escober, 1988


  Hay que recordar también lo que es el cólera:  un vibrión mortal que  medra en aguas sin depurar y provoca vómitos y diarreas, con deshidratación aguda que conduce, si no se atajan a tiempo, a la muerte. Es una epidemia relativamente fácil (y barata) de controlar, pero en 2001 seguía habiendo en el mundo 184.000 casos de cólera (una epidemia fácil de controlar), con  más de 2.700 muertos.Especialmente de los más débiles, niños y ancianos. Una enfermedad de pobres, como las intoxicaciones de metílico de los destilados caseros de Galicia, las fiebres de malta provocadas por la leche sin pasteurizar o, más cercano aún, el fraude del aceite industrial de colza derivado por unos ladrones sin entrañas a la venta a granel para consumo humano.

   En esta España rica, que se resiste a mirarse en el espejo de su pasado, resulta imprescindible recordar esos tiempos. Para que los nostalgicos del bachillerato antiguo no nos convenzan de que cualquier tiempo pasado fue mejor (cuando ni siquiera ellos eran mejores entonces, aunque así  lo crean). Para que los ecologistas de salón no nos vendan una visión idilica de la naturaleza olvidando que también los virus van en el mismo paquete. Para que nuestro orgullo de nuevos ricos no nos haga mirar por encima del hombro a quienes hoy se ven forzados a emigrar. Para que los cuentos de almibar del Cuéntameno borren de la memoria de una España que miraba la prosperidad y la libertad de Europa con admiración y envidia.



    Y, también, ¿por qué no?, para no regatearles  el homenaje que merecen a los hombres y mujeres que, con su trabajo, su ciencia a veces y otras con su mera voluntad y sus sacrificios, ayudaron a crear la España rica que mañana votará en una Europa rica.




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Luz propia

Madrid. 6 junio 2004 13:22




      Muy raras veces topamos en la vida con una de esas personas grandes, admirables, que brillan con luz propia e iluminan los días de quienes se cruzan en su camino. Puede incluso que no nos pase nunca. Sin embargo, si tenemos la suerte de que eso ocurra, nos contagiamos de su energía y nuestra vida cobra otro sentido.
      Tal vez Venus, planeta modesto pero necesario como el que más, sintiera ayer algo parecido a ésto.

(perdonad si me pongo un poco solemne, pero es que hacía un montón de años que no veía una imagen como ésta. Bueno, mejor esta otra)



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Versos de tornillo

Es extraño el efecto que ejerce sobre nosotros la poesía. Hablo de mí, claro, aunque me escude tras ese plural de pudor. Soy un lector excepcional de poesía; quiero decir que sólo la leo muy excepcionalmente. Leí mucha, aunque quizá no toda buena, en mi adolescencia y primera juventad, que es la edad en la que se hacen y se leen los poetas. Pero después mi afición a las narraciones, a los personajes densos y a las peripecias de medio alcance se impuso sobre el gusto por esas obras escogidas que son los versos. Ajmatova

Con todo, ocasionalmente vuelvo a leer un poema, rara vez un poemario entero. Ni siquiera, lo intenté, pude con el Cuaderno de Nueva York, de Hierro, o con la Antología de Benedetti (por citar dos poetas que me tocan). Últimamente, en cambio, me estremecieron los versos del Requiem de Anna Ajmátova.
Decía, sin embargo, que es extraño el efecto que producen en mi los versos. Me veo reflejado en su belleza, en su música, en ese rascar debajo de lo aparente para sacar algo, no siempre más verdadero pero sí más profundo. Eso me hace sentirme más hermoso, más musical, más bueno. Como si ser capaz de apreciar la belleza nos hiciera --de nuevo ese plural--mejores.

Una ilusión como otra cualquiera, pero una buena ilusión.

Hace poco, un poema de Miguel D'Ors que publicó la prensa tuvo ese extraño efecto de que hablo.


Por una muerte

Uno se muere así, cuando tenía
un cigarro en las manos (que aparece
humeando, después, sobre el asfalto),
cuando había una letra pendiente, un libro abierto
un cuento a medias (que los niños nunca
sabrán cómo termina);
uno se muere así, de golpe, abandonando
su ropa en el armario y sus asuntos
y su reloj parado en una hora
--la de la muerte en punto-- (o sin pararse
y entonces es más triste todavía
porque le ves seguir, infiel al amo),
y a lo mejor aún llega alguna carta
con las señas del muerto
y hace llorar de puro no saber...

Después de morir uno, mientras uno
está muriendo, se abre
una ferretería, pintan una fachada
y el muerto ya es ajeno y todo nos lo aleja.

Las yerbas del olvido
empiezan a crecer sobre su tumba.




Está dedicado a las víctimas del Once de Marzo. Sé que a Santi también le gustó.

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Lejos de la tristeza








casablanca   Oigo a Camela en Lo + plus  --qué buenos invitados y qué malas entrevistas-- explicando por qué escriben canciones de desamor.

-- Cuando uno esta enamorao --viene a decir Dioni  -- cualquier musiquita  nos va bien.


      Es en la tristeza, metido en ella hasta las cejas o empujándola por ver si se aleja, cuando necesitamos más las canciones. Nos recuerdan, cuando nos sentimos más sólos, que no lo estamos tanto. Ponen palabras a lo que a veces no sabemos expresar.O cuando menos, música a lo que nos azora.

      Yo pasé mi último sofocón con Amaral en  dosis de caballo. Pero el catálogo de las canciones tristes es largo y más delator que un curriculum vitae o el contenido de nuestra cartera. Son nuestra vida puesta en palabras de otros. En otras palabras.

   También están nuestros himnos a la alegría. Tengo varios, para distintas ocasiones, pero hay uno que retorna inevitablemente: As times goes by, la canción de Casablanca. Cuando estoy contento, ilusionado, con proyectos en la cabeza, se me cuela su melodía, meláncolica y en blanco y negro,  y tengo que silbarla.

   Estos días, en cambio, disfrutando del solecito y con las pilas recargadas después de haber visto el mar, no consigo dejar de tararear Sweet Caroline.






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Varita mágica



-- Pídeme un deseo.



--Que te conviertas en rana.




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